De la sencilla regularidad... al glamour de Mónaco

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Nuestro colaborador Rafael Loredo Coste nos muestra algunos aspectos sobre una situación de gran complejidad surgida en los últimos años en las pruebas de regularidad

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La misma evolución tecnológica que nos está aupando a los más altos e innegables niveles de perfeccionamiento para el desarrollo industrial, comercial, comunicación… plantea en el automovilismo -y muy concretamente en las pruebas de regularidad para históricos- una contradicción al ofrecer una falsa eficacia que facilita victorias apartadas de la diafanidad nacida del conocimiento. Todo ello con la permisividad de los organizadores, tutelados por las federaciones, y abrumados ante la llegada constante de nuevas innovaciones en forma de aparatos de avanzadas tecnologías que ofrecen resultados perfectos para ganar cualquier rallye de regularidad. Desde no hace mucho, aparecen en los boletines de inscripción dos nuevas casillas diferentes para competir: CON aparatos o SIN aparatos. Es casi imposible ganar un rallye SIN ellos.

Hemos llegado a un momento clave en el que esas tecnologías interfieren favoreciendo mucho a quienes las usan, facilitándoles la solución de un problema que es precisamente lo que las organizaciones de este tipo de eventos plantean a los participantes.

La palma en nuevas incorporaciones tecnológicas siempre la ha llevado la Fórmula 1. Hoy en esas carreras en circuito, mientras las máquinas y pilotos están en la pista, una veintena de técnicos atados a sus ordenadores y alejados del escenario, se dedican exclusivamente a chequear todas y cada una de las partes del monoplaza, pudiendo cambiar sus prestaciones. “Ésto es todo menos deporte” dicen muchos. Otros pensamos que tildar de deporte a estas competiciones no es real. El Gran Premio de Mónaco, lo más alejado de un circuito de F1, pervive como espectáculo, eso sí, muy glamouroso. En los rallyes, raid de resistencia, etc., este peligro está empezando a alcanzar niveles preocupantes. Menos mal que la Federación Internacional, aunque consiente esto, muy inteligentemente no se mueve tan “ágilmente” como en su día lo hacia Bernie Ecclestone y ahora sus sucesores.

Volviendo a las pruebas españolas de regularidad, alguien nos podría decir que el acceso a esas avanzadas tecnologías ¡es igual para todos! No se trata de eso, sencillamente los que se debe buscar y que “también es igual para todos “es gestionar con racionalidad la solución de las dificultades, obteniendo la media de velocidad trabajándola, conduciendo y algo tan bonito como hoy necesario: pensando. Todo esto último encierra la base de este deporte: competir buscando un ritmo constante, o dicho al viejo estilo, ordenar el movimiento cerebro-máquina dependiendo únicamente de nosotros. Curiosamente la regularidad es la única competición automovilística en la que lo mismo puede ganar un 1.000 cc que un 3.000… con grandes diferencias de edad en su fecha de fabricación, lo cual la aleja de los hándicaps y penalizaciones imprescindibles en todas las demás competiciones.

Hay una pregunta que hoy está desapareciendo del mundo del automovilismo ¿qué es más importante, la máquina o el piloto? Afortunadamente, ahora las competiciones de regularidad cada día son más abundantes, y, como su propio nombre indica, consisten en mantener una velocidad media en la que el copiloto siempre fue fundamental. Aquellos sencillos equipos de medición, tan por básicos efectivos, de hace muy poco: cronómetro, papel y bolígrafo para confeccionar unas tablas que facilitaban esa labor, siguen ahí. Sin embargo, hoy la regularidad en competiciones está en poder de esos sofisticados medidores de tiempo-espacio (un teléfono móvil debidamente adaptado, tabletas, las llamadas pirámides) que son sistemas que funcionan vía satélite y que posiblemente sean muy parecidos a los utilizados (guardando las distancias) para los viajes espaciales. Usaré como muestra la última prueba puntuable para Campeonato de España, en la que los tres primeros equipos de la clasificación General todos ellos CON equipos adicionales sumaron entre todos 480 puntos, mientras que el primer clasificado SIN dichos aparatos (un piloto muy experto) ocupó la séptima posición en la general con 551 puntos (todos ello en 168 controles horarios). La única solución que en principio se me ocurre, descartando la prohibición de estos equipos hoy tan ampliamente implantados (aproximadamente el 60% de participantes los utilizan) sería la creación de un hándicap, conseguido tras haber sido obtenida la media de los vencedores en categorías SIN en pruebas del último año en base al número de controles horarios y la longitud de los tramos cronometrados, pues el cansancio tras un largo y continuado esfuerzo cerebral (en contraste con la acreditada calma que proporcionan los citados aparatos) sería otra ventaja para los CON. Aspirar a la victoria aún sería difícil, pero no imposible. Ese progreso tecnológico en tan poco tiempo nos ha llevado a dejar aquellas bellas historias relegadas a felices sueños.

Sería triste pensar (sin ánimo de hacer comparaciones) que, en un campeonato de ajedrez, una competición para pensar, un mal jugador pueda vencer a un gran maestro si al primero se le permitiese recurrir a este tipo de tecnologías.

Atravesamos un momento en el que el automóvil convertido en maquina pensante nos obliga a replantearnos la exigencia (para los participantes en estas pruebas de regularidad de clásicos e históricos) de ser lo que siempre habíamos sido, seres que manejando la razón hemos llegado hasta aquí. Volvamos al primigenio pensamiento y posiblemente nuestro cerebro nos haga reaccionar favorablemente, porque luchar es vivir y esto se está convirtiendo en todo lo contrario al alejarnos de la racionalidad descartiana del “pienso, luego existo”.

Rafael Loredo Coste 

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