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Un diabético en el Dakar

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Cuando una persona siente que tiene un cometido y ve que el trabajo de muchos años pende de un hilo, no tiene muchas opciones. En ese momento te pones en tu sitio, sacas tu mejor versión y sientes que no estás solo en tu propósito, hay algo o alguien que te empuja y te acompaña hasta la meta.

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Viniste al mundo por un tiempo muy limitado, justo el tiempo necesario para saber que te ausentabas para realizar algo que desde aquí no podías alcanzar. Siendo egoísta preferiría tenerte a mi lado, pero si es este mi sacrificio para poder ayudar a tanta gente, así lo decidiste, lo aceptaré. “Que grande eres hijo mío”. Por ti va esta historia, que seguro quedará grabada en el corazón de muchos.

Después de tres Dakares consecutivos en moto y ser la primera persona en participar y terminar un Dakar rally en moto y junto a mi compañera de viaje la diabetes tipo 1, yo no estaba dispuesto a abandonar tanto trabajo que habíamos realizado. Es más, me di cuenta a toda la gente que ayudamos a ser mejores y a conseguir objetivos con lucha y esfuerzo, tanto a personas con diabetes como sin ella.

A sí que me puse manos a la obra y empecé a trazar un plan para el Dakar 2022. Encontré por internet un Toyota Land Cruiser 90 D4D del año 99 parcialmente preparado para competir en clásicos. En pocos días nos plantamos en Sevilla, donde residía el coche en aquel momento para probarlo y cerrar el trato, pues el tiempo corre y quedaba mucho trabajo por hacer de mecánica y equipamiento para adaptarlo a la estricta normativa de la ASO. No podía llevarlo a talleres especializados por el presupuesto tan ajustado que teníamos, así que con tutoriales en youtube y páginas dedicadas a este coche, con la ayuda de Fran y Alberto conseguimos desmontarlo entero para tener a punto para el Dakar a “Glucohete”, como lo bautizaron en las redes.

Llegar a tomar la salida fue una locura sin precedentes. Empezó a subir la incidencia del covid y se creó muchísima incertidumbre. Pese a estar vacunados, teníamos que hacernos dos PCR antes de la carrera. Si una de ellas daba positivo, te quedabas en casa. Después de muchos trámites nos desplazamos los tres a Jedaah, Mer (mi mujer, que nos ayuda con todo y sobretodo me ayuda con mi diabetes, se hace cargo de la comunicación, porque al final si vienes y no lo cuentas es como si no hubieses venido), Jorge Vera, mi copiloto y yo. Ya sobre el terreno, nuestra estrategia era ir de menos a más, aprendiendo cada día de la propia carrera e intentar administrar el coche para llegar a meta lo mejor que podamos. Por las noches íbamos a intentar descansar al máximo, el Dakar es una carrera que te va consumiendo día a día y el descanso es fundamental.

El coche iba bastante bien, llegábamos cada día a meta sin demasiadas roturas. Tras unos días empezó a quejarse de chapa, llevaba un golpe en el morro que no pudimos reparar bien por falta de tiempo y empezaron a romperse algunas piezas como el capó, las bisagras soportes del radiador y la caja del filtro del aire que cada día teníamos que repasar. Pensé muchas veces que terminaríamos sin capó, pero no fue ese el motivo que nos sacaría de carrera. Algo cotidiano como perder un móvil, nos hizo volver 180 kms atrás a buscarlo. Además de no encontrarlo, supuso el inicio de una serie de desdichas, averías, días perdidos y aventuras nocturnas que convirtieron esta parte del viaje en una odisea. Finalmente conseguimos cruzar la meta (te lo dije, Jorge) y pudimos recoger nuestras medallas de finishers.

Con un PCR negativo, todo recogido y el maltrecho coche en el puerto, nos fuimos al Hotel donde nos dimos una ducha y pudimos dormir por fin en una cama. El vuelo de vuelta muy tranquilo hasta llegar a Madrid y, como no, aquí empieza el Dakar 2023.

Gas e insulina!

Daniel Albero Puig

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